Cronología de una Infamia

Cronología de una Infamia
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Editorial Cangrejo

Un año después de haber obtenido la libertad, el Coronel (R) del ejército de Colombia Luis Alfonso Plazas Vega, narró con detalle la cronología de sus más de 8 años de cautiverio. Plazas Vega fue acusado de ser responsable del delito de desaparición forzada durante un ataque al Palacio de Justicia, perpetrado por el grupo guerrillero M19 y ordenado por Pablo Escobar el 7 de noviembre de 1985. Para entonces, el Coronel Plazas era miembro activo del ejército y estaba a cargo de capturar a los responsables del atentado, rescatar a las victimas y ejecutar la operación de recuperación del edificio.

El Coronel Luis Alfonso Plazas Vega recientemente lanzó el libro Manteniendo la Democracia ¡Maestro! En el que describe su drama personal y la forma como según él, en Colombia le fueron violados durante años todos sus derechos procesales. Hoy cuando cumple su primer aniversario en libertad, Plazas Vega nos comparte una carta que puede interpretarse como la cronología de una infamia:

LUIS ALFONSO PLAZAS VEGA Weston, Florida 16 de diciembre de 2016.

“Hoy hace un año a las 17:25 de la tarde, terminó el cautiverio al que me sometió el narcotráfico colombiano durante ocho años y medio. A esa hora el Magistrado José Luis Barceló, Presidente de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, por teléfono, personalmente, me manifestó que la Sala había casado la sentencia y por tanto quedaba yo absuelto y en libertad.

Muchas enseñanzas nos dejan en esa decisión trascendental. Quedaba comprobado que mi privación de la libertad había sido ilegal. Que obedecía a intereses vengativos del narcotráfico y políticos del comunismo internacional, el cual, en Colombia, tiene sus fichas ubicadas en todas las ramas del poder público, los organismos de control, la Fuerza Pública, los medios de comunicación y el mismo clero católico, desde hace mucho tiempo. Ha sido un trabajo de filigrana que nadie había detectado y ahora se está destapando.

Es que los encargados de detectarlo estaban o comprometidos con ese proyecto, o cooptados por los camaradas a través de la corrupción. Los organismos de inteligencia son los primeros en llevar la carga del desprestigio por este estado de cosas. Nunca sus dirigentes fueron capaces de entender lo que se cernía sobre Colombia. En el medio castrense, se rumoraba que los miembros de la inteligencia militar se dedicaban a hacer negocios, y a gestionar condecoraciones de orden público, que con frecuencia lucen en sus uniformes, sin haber participado en un solo combate. Para remate, es evidente que cometieron crímenes que desprestigiaron a la Institución a nivel nacional e internacional. El cierre de la Brigada XX de Inteligencia, y el retiro de algunos de sus jefes, por exigencia de los Estados Unidos, dejaron en claro que allí no se averiguaba cuáles eran las amenazas contra la seguridad del Estado colombiano, sino que se aparentaban investigaciones y se eliminaban personas, no siempre vinculadas al terrorismo y el narcotráfico. Es que permitir que una labor de inteligencia se haga con agentes armados, es muy peligroso.

Las actuaciones de la Justicia colombiana, especialmente en los más elementales niveles, como son la Fiscalía y los jueces, constituyen una vergüenza para la nación. La principal característica es que muchos de sus funcionarios, tienen tomadas las decisiones sobre cada caso, desde antes de empezar su labor. Carecen de independencia y de carácter, con frecuencia consultan a sus niveles superiores en qué sentido es que deben producirse los fallos. Esos procedimientos hacen inocua la segunda instancia, atropellan el debido proceso, le eliminan garantías al procesado y culminan en unas aberrantes injusticias. La credibilidad de los colombianos en la Justicia es casi nula. El desprestigio es impresionante.

En los niveles intermedios como son los Tribunales, y en los más altos, como son las Cortes, todavía hay magistrados probos y valientes, pero cada día son menos. Prevalece la preparación académica sobre la ética y la moral. En varios de sus integrantes, las conveniencias prevalecen sobre los valores humanos y la verdad; y ese es el origen de la corrupción. De ahí surge algo muy grave, algo que los ciudadanos de a pie repiten en una expresión común, demostrando el bajo nivel al que ha llegado nuestro pueblo, debido al mal ejemplo de la clase dirigente. Dicen: “el mundo es de los vivos!”. Y el término “vivos” hace referencia a los que buscan las conveniencias. Allí nace la falta de honradez, y la debilidad de carácter, mientras se desestimulan el estudio, el trabajo y el comportamiento individual.

Nos asombra la capacidad de este gobierno para comprar conciencias, pero no nos asombra la capacidad de nuestra gente para dejarse comprar.

Eso habla muy mal de los pastores religiosos, cuya vocación debería ser la de promulgar la conducta de sus rebaños. Pero, ¿cómo lo van a lograr, si ellos piensan igual?

Ocho años y medio estuve preso, y recibí todos los embates de este sistema que corroe nuestra nacionalidad. Dos parlamentarios uno en 2008, el senador Arenas, y otro en el 2011, el senador Roy Barreras, me propusieron libertad inmediata si aceptaba la amnistía. Es decir, si reconocía un delito que no cometí. Obviamente se fueron “con los crespos hechos”. Cuando pedí dictar clases, por mi derecho al trabajo, me mandaron un funcionario del INPEC, con un formulario en el cual yo aceptaba la rebaja de penas, como condición para dejarme trabajar. No lo acepté, pues mi petición de trabajo era por salud ocupacional. Yo no iba a aceptar rebaja de penas, cuando estaba impugnando la pena impuesta, por injusta. El diario de los Santos, con una periodista Angarita, se manifestaba sorprendido por que yo pudiera dictar clases. Y en una reconocida emisora, se preguntaban ¿qué podía enseñarles a las nuevas generaciones, un acusado de semejantes horrores? Pues ahí está la enseñanza: es muy grave, gravísimo para un comunicador, prejuzgar ante la opinión pública. No me permitieron trabajar.

Sistemáticamente me fueron negadas todas las solicitudes de preclusión, de libertad, solicitudes de nulidad, de Cesación de Procedimiento, y ocho Habeas Corpus. De nada valía impugnar. Mientras el Ministerio Público clamaba en todas las formas por la revocatoria de las sentencias, por mi absolución y mi libertad, las oficinas judiciales hacían lo contrario. Y cada negativa judicial tenía una caja de resonancia en ciertos medios de comunicación. Todo estaba coordinado.

El llamado por la prensa “carrusel judicial” no es solo para ocupar cargos, sino en muchos casos, para consolidar sentencias. No puedo comprobarlo, pero presumo que el reparto judicial, también contiene otro tipo de reparto. En cada recurso, mi proceso caía en manos de unos funcionarios como escogidos para desatenderlo, o atenderlo en la misma dirección. En mi libro “Manteniendo la Democracia, Maestro”, relato muchas de estas tristes realidades.

Durante ocho años y medio, entendí lo que siempre se ha hablado. En los malos momentos conoce uno a los verdaderos amigos. Para mi fortuna fueron muchos los que estuvieron a mi lado. Algunos todo el tiempo. Otros se cansaron. Las expresiones de “no voy a visitarte, porque me parte el alma” o “te acompaño de corazón”, fueron muy frecuentes. Siempre las recibí como “No voy a visitarte, porque no tengo tiempo”. Fueron muchos los que, sin ser tan amigos, sí estuvieron a mi lado, con el alma partida, pero a mi lado, y con el corazón vibrante cuando me saludaban con un abrazo.

Me ayudaron mucho los mensajes de los niños del colegio Patria, quienes en sus sencillas expresiones me trasladaban el afecto de sus padres y de sus profesores. Dios los bendiga. En la medida en que el tiempo fue pasando, en los últimos años, los militares se fueron marginando por temor a las represalias políticas que emanaban de ciertos sectores del mismo mando militar. ¡El comunismo!

Lo más difícil de analizar es el comportamiento de los medios de comunicación. Al comienzo me trataron en la forma más infame. Yo tenía cerradas las puertas para defenderme ante la opinión pública. Una opinión que se sorprendía ante los “hallazgos” de la Fiscalía, la cual había “descubierto” que quien manifestó defender la democracia en los aciagos 6 y 7 de noviembre de 1985 era un terrible criminal. Ríos de tinta corrieron para calumniarme. Nunca un medio como la Revista Semana o el diario El Tiempo, o El Espectador atendieron las múltiples peticiones de rectificación, que con suficientes soportes les presentaba, luego de sus atropellos noticiosos. La radio era otra caja de resonancia de las calumnias, con excepción de La Hora de la Verdad del doctor Fernando Londoño. En la televisión, las imágenes de unas personas que salían con vida de las instalaciones del Palacio, resaltadas con círculos rojos, y señaladas como los “desaparecidos”, en las declaraciones de un señor René Guarín, le daban la vuelta a la nación y al mundo. Mi inteligente mujer, Thania, prohibió que me llevaran malas noticias. Tenía razón. El daño moral que me estaban causando era terrible. A la larga terminé hospitalizado por una crisis emocional.

Nunca olvidaré la entrevista para Televisión que me hizo Claudia Gurisatti, cuando nadie quería hacerle una entrevista a quien era presentado como un terrible criminal. Esa entrevista le llegó al corazón de muchos colombianos.

La prensa escrita no publicaba nada a mi favor. Pero los periódicos universitarios empezaron a visitarme a mi lugar de reclusión. Eran los compañeros de mis hijos, que decidieron contarle al país la verdadera historia de una persona que ellos si conocían. El mismo que los regañaba cuando se pasaban de tragos, o les daba consejos al igual que a sus propios hijos. Un amigo de uno de ellos llegó a decirme un día: “coronel yo hubiera querido ser hijo suyo”. No es que él no quisiera mucho a su padre, sino que era una forma de reconocer mi devoción por la formación de mis muchachos. Las entrevistas de los periódicos universitarios fueron divulgadas profusamente. Agotados los tirajes, circulaban las fotocopias.

Económicamente nos acabaron. Lo poco que puede tener un oficial del Ejército a lo largo de 36 años de una vida militar exitosa, ahorrando y esforzándose en su desempeño, y luego su trabajo como ciudadano durante 15 años en cargos muy bien remunerados, tocó sacrificarlo en pago de abogados y enorme cantidad de gastos provenientes de tan complicado proceso. Complicado por los mismos funcionarios judiciales, que buscaban un propósito perverso, no la verdad de lo acontecido.

No hubo penurias para mis hijos, porque desde que me desempañaba en la Dirección de estupefacientes, el Presidente Álvaro Uribe Vélez me los sacó del país, por amenazas de secuestro puestas de presente, en un Consejo de Seguridad Nacional. El Presidente no quería que yo bajara la guardia en la lucha de su gobierno contra el narcotráfico. Mis hijos se organizaron en el exterior, y yo les prohibí volver a Colombia, durante mi cautiverio. El dolor de estar separados de sus padres, estuvo compensado por sus éxitos profesionales.

En determinado momento, las cosas empezaron a cambiar. Algunos columnistas de los diarios que tanto me habían atropellado, empezaron a apartarse de la orientación de sus directores en mi caso. Empecé a recibir visitas de periodistas muy serios, algunos de los cuales habían leído los periódicos universitarios. Y los comentarios de Fernando Londoño en su programa de radio los hacían recapacitar. Eduardo Mackenzie me escribió desde Paris y asumió la defensa de mi caso. Plinio Apuleyo Mendoza me empezó a visitar, y nos hicimos muy amigos. Hablamos muchas horas, muchos días. Coincidimos en la forma de ver a Colombia. Lo acompañaba con frecuencia Luis Fernando Castrillón, hijo del extraordinario periodista Hernán Castrillón Restrepo, fallecido hace varios años.

Poco a poco las páginas de opinión fueron tomando ventaja sobre las noticias falsas. En particular debido a un periodista investigador que investigaba lo que la Fiscalía debería investigar y no investigaba. Me perdonan el juego de palabras. Ricardo Puentes Melo, empezó a descubrir verdades: no había desaparecidos, la propia fiscalía tenía los cuerpos de quienes figuraban como tales, con excepción de un caso de una señora con la cual Plazas Vega no tenía nada que ver. René Guarín no era una víctima, era miembro del grupo victimario M-19, desde antes de los hechos del Palacio de Justicia, y toda su familia estaba en indagación por Rebelión por la Juez 14 superior de Bogotá. Sus señalamientos marcados con círculos rojos en los medios televisivos como desaparecidos que salían con vida, resultaron ser personas que nunca estuvieron desaparecidas y que aún viven. El desorden en el manejo de los cuerpos de quienes habían sido acribillados por el M-19 y por quienes había muerto en el incendio generado por el grupo terrorista, era responsabilidad de la Policía Nacional y de Medicina Legal, sin embargo, se investigaba era a los miembros del Ejército. Las declaraciones de un Cabo que firmaba como Villarreal, pero que en realidad se llamaba Villamizar, resultaron ser un montaje de la propia Fiscal investigadora. El propio Villamizar las desvirtuó. El Ministerio Público interrogó a Villamizar y confirmó el adefesio, puso el grito en el cielo, pero lo justicia lo ignoró. Y muchos descubrimientos más.

Un magistrado del Tribunal Superior de Bogotá, Hermens Darío Lara, impresionado por la diferencia entre lo probadamente acontecido, y lo jurídicamente expresado en las condenas, pidió le retiraran todos los procesos y en año y medio de estudio, desbarató las decisiones de la Juez de primera instancia y sentención la existencia de una conjura en contra del sindicado. Su valiente decisión fue desatendida por los dos magistrados restantes, ninguno de los cuales ha debido juzgarme, por impedimentos que omitieron. Su salvamento de voto conmovió a la nación.

El cabo Villamizar apareció muerto en su casa. El magistrado Miguel Roa Castiblanco, rescatado por las tropas de Plazas Vega, y quien se ofreció como Defensor de la causa, “se suicidó”. El general José Ignacio Posada, cuya declaración contribuyó a que se descubriera el inserto por parte de la Fiscal, de unas comunicaciones inexistentes, en las grabaciones de radio entre los comandantes militares el día de los hechos, fue llamado a indagatoria en la forma más absurda. Esto le generó su muerte súbita.

Los medios de comunicación aterrados con esta película del estilo de Alfred Hitchcock o de los relatos de Edgar Allan Poe, entendieron que lo de Plazas Vega era un montaje, y se pusieron, en su mayoría del lado de la absolución. No todos, claro está. Algunos no logran superar su intención fracasada, de ver al coronel Plazas Vega confinado de por vida en una cárcel, como era el propósito de este vulgar complot, para sacar en limpio la actuación de los asaltantes del narcotráfico y el M-19. Cierta revista me dio portada cada vez que me fue mal, o me condenaron, pero se abstuvieron de hacerlo cuando me absolvieron.

Hoy se cumple un año del día en que el Doctor Barceló me comunicó mi absolución. Dios lo Bendiga, a él, a los cuatro compañeros del cuerpo colegiado que lo acompañaron en la justa decisión, al Ministerio Público en cabeza de Alejandro Ordoñez Maldonado, a los periodistas que lucharon por que se hiciera justicia. A los mandos militares que me hicieron respetar el fuero militar y al doctor Jorge Pretelt que impidió que me llevaran a una cárcel común para sacrificarme. Ahí le están cobrando su actuación. Al doctor Fernando Londoño le pusieron la más potente bomba Lapa, pero se los olvidó que la vida y la muerte las decide el Todopoderoso, trataban de cobrarle muchas cosas, entre ellas haberme defendido. A mis hijos, nueras y toda mi familia, gracias. A mis amigos que son tantos, pero los más cercanos, unos pocos; todos ellos a mi lado en tantos duros momentos. Pero por sobre todo Dios bendiga a mi esposa Thania por su sufrimiento, su dedicación y su amor. Como Penélope, tejió el manto de mi absolución con paciencia y Fe, hasta que logré llegar al puerto de la Casación y la Libertad”.

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