Carta a un ciudadano americano. El arresto estético

Tejer y destejer, reir y llorar, vivir y morir, contemplar y actuar, Eros y Tánatos: no hay dos interruptores, no existe la opción del paraíso sin la del infierno. Es en la riqueza de la mezcla en que se puede vivir profundamente.
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Hace unos meses compramos una obra de Adriana Marmorek, una artista colombiana conocida por su trabajo en arte erótico. La obra se llama Penélope. Tiene un subtítulo: ¿dónde estarás amor? Se trata de una caja de unos sesenta centimetros de alto por unos quince de ancho y diez de fondo. Está pintada de rojo. Tiene dos pequeñas ranuras al frente, una abajo y la otra arriba, y una tercera en la parte inferior de la caja. Desde abajo hay un papel que asciende y entra por la de arriba, atraviesa la caja por dentro y es expulsada por la inferior. La tira de papel sale impresa, recorre la caja ascendiendo como un antiguo telegrama y cuando cae por debajo, el papel es expulsado luego de ser triturado.

La caja, como Penélope, teje y desteje.

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Los mensajes que imprime son tweets: un microprocesador que reposa adentro de la caja los busca con ayuda del wifi en la red. Los tweets que encuentra tienen la palabra amor. Y como es obvio, hay de todo en lo que ella imprime y destruye: poesía, dolor, lamento, erotismo, prosa, mensajes herméticos.

La obra, y sobre todo lo que logra en quien la observa, me hizo recordar una conferencia que dictó Joseph Campbell, el experto en mito, sobre el Ulises de Joyce, que fue publicada de manera póstuma, en 1995. En su conferencia Campbell recuerda la referencia de Joyce a lo que sucede cuando estamos frente a una gran belleza: nuestra mente queda detenida, atrapada, cautivada en una especie de "arresto estético".

"La experiencia estética es la apropiación del objeto... con la que uno experimenta una especie de resplandor. Uno queda atrapado en un arresto estético", dice Campbell.

Tal Ben Shahar es un psicólogo positivo que se hizo famoso porque su curso sobre Psicología Positiva en Harvard empezó con ocho estudiantes y llegó a tener 1,400. Pasó de un salón de clases a un estadio. Nacido en 1970, Ben Shahar es hoy una especie de guru itinerante que viaja por el mundo dictando una conferencia sobre la felicidad: Happiness 101. Unos amigos nos hablaron de él y como la conferencia se encuentra en You Tube, pocos días después decidimos verla.

Acompañada de algunas cosas obvias que uno casi nunca hace - meditar, respirar profundamente, hacer ejercicio con regularidad, hacer pausas (cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada semestre, cada año), agradecer y pasar tiempo con los amigos y la familia - hay en la conferencia algo que tiene que ver profundamente con la experiencia del arresto estético.

Se trata de la importancia de "otorgarse el permiso de ser humano".

Sé que suena cursi pero la explicación es fascinante. Ben Shahar dice que es frecuente en nuestro mundo moderno, lleno de estrés y preocupación, que la gente apague el botón del sufrimiento, que al "apagar" el sistema del dolor y la tristeza apagamos también el de vivir plenamente, con pasión.

No hay, dice él, dos interruptores. Son uno y el mismo. Al decidir no vivir lo primero -l o terrible y triste de la existencia - desaparece lo segundo. Hay que llorar para poder reir.

En un bellísimo libro publicado por la Universidad Carolina de Praga, titulado Piruetas en una estampilla, el gran escritor checo Bohumil Hrabal (hay que leer dos libros suyos, Una soledad demasiado ruidosa y Trenes estrechamente vigilados) conversa largamente con el escritor eslavo húngaro Lázló Szigeti. Allí dice algo similar de una manera profundamente humana:

Szigeti le pregunta si llora.

Hrabal dice:

- Lloro con mucha frecuencia. Emociones profundas de cualquier origen empañan mis ojos, porque se llenan de lágrimas. Lágrimas de alegría nacidas de la gran fortuna de saber que he sido testigo de algo o que he leído algo. (...) Son lágrimas del tipo que uno siente cuando ha amado o ha sido profundamente tocado, dice. Y agrega: Hasta la buena música, ya sabes, como por ejemplo las sinfonías de Mahler o de Schubert, pueden traer lágrimas a tus ojos, pero tienes que oirla en soledad o con alguien a quien amas profundamente. La música, lo que llamamos música profunda y fatal - algo como la Sinfonía Patética de Tchaikovsky o la Sinfonía Trágica de Schubert - pueden hacerte sentir como una vaca cuya ternera recién nacida le está siendo arrebatada. (...)

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Szigeti le pregunta sobre la risa, si la risa es lo mismo que las lágrimas. Hrabal responde:

- Quizá, o casi. Desde mi infancia he gozado la risa, en buena medida porque sé llorar también.

Tejer y destejer, reir y llorar, vivir y morir, contemplar y actuar, Eros y Tánatos: no hay dos interruptores, no existe la opción del paraíso sin la del infierno. Es en la riqueza de la mezcla en que se puede vivir profundamente. Quizá sea necesario amar de la manera como Borges amaba a Buenos Aires:

"No nos une el amor sino el espanto. Será por eso que la quiero tanto".

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