El making of de un libro: 'De caníbales y periodistas'

En toda novela policial que se precie, siempre hay un detective que se hace cargo del caso y decide investigar hasta dar con el autor del crimen. Agatha Christie creó a uno de los más famosos: Hércules Poirot.
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En toda novela policial que se precie, siempre hay un detective que se hace cargo del caso y decide investigar hasta dar con el autor del crimen. Agatha Christie creó a uno de los más famosos: Hércules Poirot.

Pero el listado de detectives literarios es infinito: Sherlock Holmes, Miss Marple, Auguste Dupin, El Padre J. Brown, Philip Marlowe, el inspector Wallander, Jules Maigret, y un larguísimo etcétera.

Muchos de ellos son policías en retiro, detectives privados, o simplemente ciudadanos con habilidades extraordinarias para encontrar pistas y leer en ellas al autor del delito.

En mi caso, el detective de mi novela es un periodista. Y no cualquier periodista: es uno que no está conforme con su vida. Siente que sus estudios y preparación no son apreciados por el editor de su periódico, ya que sólo lo destina a labores menores y sin importancia. Así es como nuestro protagonista llena hasta un hotel en Coral Gables, para cubrir una aburrida e intrascendente celebración donde, sin embargo, cambiará su vida.

Ahora que lo pienso, ni siquiera lo he bautizado. Aquí es cuando empiezo a hacer listados de nombres, donde incluyo el de mis amigos, mis compañeros de trabajo y colegio, y empiezo a hacer una selección con los más variados requisitos: desde que tiene que ser un nombre sonoro, de fácil recordación, hasta que se vea bien escrito en un papel.

Y aquí es donde, además, me acuerdo de Hannibal Lecter. Uno de los mejores personajes inventados, según la crítica internacional. ¿Y por qué? Simple y sencillamente porque era un personaje con una gran contradicción: su punto de vista se oponía dramáticamente a su actitud. Es decir, su actitud era la de un príncipe, un caballero de tomo y lomo, un elegantísimo y culto erudito. Y uno de sus puntos de vista más vistosos, era que según él hay gente que merece ser... comida. Un distinguido caníbal, el tal Hannibal. Esa brutal contradicción lo convirtió en un personaje irresistible e inolvidable.

Lo que tengo que hacer ahora, es encontrar mi propia contradicción para el periodista de mi novela. Algo que ponga en oposición sus puntos de vistas con sus actitudes. Algo que me dé material para construirle una historia atractiva y seductora. ¿Tal vez un periodista (es decir, alguien que narra la verdad) que tiene un pasado secreto que no puede salir a la luz pública? ¿Habrá algo más contradictorio que un hombre que busca desentramar un secreto, mientras mantiene oculto un propio esqueleto dentro de su clóset? ¿Un detective que está siendo buscado por la policía? ¿Un héroe que es más bien un villano? Creo que recién empieza a caerme bien mi protagonista. Uno que todavía no tiene nombre. Prometo que en la próxima entrega de este blog, ya estará bautizado. Y les contaré, además, qué contradicción le inventé al personaje. ¡Juro, eso sí, que no será un caníbal!

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