Mujeres de colores y contrastes

Estoy en India, a medio mundo de distancia de mi casa, de mi familia y de mis costumbres. Todo es nuevo para mí en estas latitudes: comida, aromas, sonidos, colores, ropa.
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Om Namah Shivaya.

I. Sonreír a todo color.

Estoy en India, a medio mundo de distancia de mi casa, de mi familia y de mis costumbres. Todo es nuevo para mí en estas latitudes: comida, aromas, sonidos, colores, ropa. Si no fuera porque pertenecemos a la misma raza humana, me sentiría extremadamente perdida entre los millones que me rodean.

En Mumbai, como escuché decir a Tulio, un colega de mi marido, también expatriado aquí por trabajo, hay en el paisaje urbano uniformidad de colores neutros, que sólo se rompe cuando emerge una mujer de sari en color vibrante. Podría pensarse que se han dejado los edificios en obra gris y las calles con vados de terregal, sólo para que el contraste visual resulte aún más impactante.

Por supuesto que las especias, las flores y los letreros gigantes que anuncian el próximo éxito bollywoodense hacen más que pintoresca a la ciudad más cosmopolita de India, pero también el tráfico frenético y la constante bruma que nos distancia del cielo, genera melancolía, hasta que la mirada se posa en las mujeres que usan el tradicional vestido.

Sensualmente sostenidos con dobleces estratégicos, no hay saris discretos; cuando más, los hay menos enriquecidos en diseño, pero en esta sociedad, rara vez se ve a una mujer que no muestre telas coloridas y joyería de todo tipo. Está así dictado por la tradición: la ropa que vistes y los accesorios que te decoran, hablan a los demás sobre tu estrato social, tu estado civil e, incluso, tu lugar de origen, según la forma en la que los más de cinco metros de tela que conforman el sari, rodeen la cintura y estén plegados sobre alguno de los hombros.

rajani

II. Sonreír con los ojos.

Lo he aprendido con verlo. ¿O será, más bien, porque no lo veo?

Como si del ying y el yang se tratara, aparecen entremezcladas figuras de negro en el paisaje tecnicolor: mis congéneres de burka y velo, manga larga y vestido hasta los pies. Las más jóvenes llevan el rostro descubierto, mientras que las casadas, sin importar el inclemente calor, cubren también su rostro de negro. Sólo puedo ver su mirada recorrer el camino y, a veces sin mucha discreción, posarse en mis brazos descubiertos, como si los vientres al aire de sus compatriotas hindi fueran menos llamativos que la piel en tono deslavado que me cargo en las extremidades. Y creo que se sonríen, por debajo de su velo, por leer en mi cara todo lo que yo no puedo interpretar de la suya.

En Jaipur, una de estas mujeres cubiertas susurra algo a la chiquilla que traen en brazos, quien, con cierta timidez, se me para enfrente y, en cuanto me agacho para escucharla mejor, me dice: "Welcome to India". Y sonríe la pequeña mostrando sus dientes, y sonríe la madre con los ojos. Y sonrío yo, luego de un segundo de sorpresa, respondiendo "Namasté" a la niña e inclinando la cabeza hacia la madre, en agradecimiento por la cortesía.

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III. Son alrededor de las 5.30 de la tarde y, entre el escándalo de los autos tocando la bocina sin sentido, y los murmullos de cientos de personas que caminan por los costados de la calle, se escucha fuerte y claro la llamada a la oración desde cada una de las mezquitas de la zona, que está en la calle frente a la iglesia cristiana, pasando el templo a Vishnú. Saris, velos y jeans pintan la gran ciudad, en la que todas, tarde o temprano, usamos delineador de kohl* negro que ofrecen en el bazar.

mujer jaipur

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* El kohl o kajal es un cosmético a base de galena molida y otros ingredientes como huesos de aceituna y hierbas como clavo y cardamomo, usado principalmente por las mujeres de Oriente Medio, Norte de África, África subsahariana y sur de Asia, y en menor medida por los hombres, para oscurecer los párpados y como máscara de ojos. Puede ser negro o gris, dependiendo de las mezclas utilizadas.

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