Tijuana Blues: Un día doméstico

Al igual que muchos de ustedes en mi vida hay días administrativos y días domésticos. Esta semana tuve un día doméstico que por segunda vez consecutiva transcurrió en las entrañas de una lavandería de autoservicio.
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Al igual que muchos de ustedes en mi vida hay días administrativos y días domésticos. Esta semana tuve un día doméstico que por segunda vez consecutiva transcurrió en las entrañas de una lavandería de autoservicio.

Es de interés para esta historia señalar que los días domésticos producen un desbalance químico en mi persona que suele manifestarse en una reducción en mis niveles de tolerancia y una obsequiosa tendencia a detectar situaciones incómodas.

En algún lugar de Los Ángeles...una lavandería cualquiera.

Decía que ésta era la segunda ocasión que visitaba esta lavandería de auto-servicio. El lugar no es nada especial: a la entrada una máquina de bebidas, otra de golosinas y un gran ventanal con una larga banca; al centro, dos hileras dobles de lavadoras; al fondo máquinas para dar cambio, surtir jabón y suavizante, reciclar ganchos. Empotradas en los muros, las secadoras alternan con un par de mesas para doblar ropa limpia.

Mi primer visita había significado una invaluable experiencia didáctica en la cual tras tres horas de observación, episodios de prueba y error, así como la asistencia inigualable del instinto de supervivencia, me fue posible diseñar una estrategia que, según yo, reduciría en más de una hora mi segunda visita:

Hay que llegar a la lavandería con cada carga de ropa separada en una bolsa distinta. Al llegar, si es posible, hacer un escaneo rápido y detectar las máquinas libres; colocar rápidamente una bolsa de ropa en la tapa de cada lavadora; agregar el jabón y poner en marcha las lavadoras. Mientras se lava la ropa, realizar un nuevo escaneo y detectar las secadoras libres o las que están próximas a liberarse, asimismo "apartar" la zona donde eventualmente se realizará el doblado de ropa limpia. El apartado se realiza colocando un objeto sobre la mesa: bolsa de jabón, saco o canasto de ropa, un libro.

Pan comido. Mi estrategia ya había reducido en diez minutos mi estancia en la lavandería y aún no estábamos en la fase de secado. Pero...

Un sonido que bien pudo haber salido de una flauta en FA sostenido, se escuchó en el local. Venía de la puerta y con el sonido una mujer inclinada hacia delante empujaba un carrito de lavandería, mientras emitía sonidos que después detecté correspondían al lenguaje gü-gü-ga-ga característico de la paternidad y maternidad primerizas.

Las hileras de lavadoras me impedían ver a quién iba dentro de aquel carrito, pero por el cariño y dedicación y el tono que utilizaba aquella mujer, asumí que se trataría de un infante no mayor de dos años.

Para mi sorpresa, la mujer salió de golpe de la lavandería dejando el carrito y al "niño" o "niña" en medio de un sitio poblado por desconocidos.

De inmediato me puse en modo "Liberen a Willy", lo que hizo surgir en mí a una niñera emergente que mantuvo una permanente vigilia sobre el territorio gü-gü-ga-ga, al acecho de cualquier persona que invadiera mi zona visualmente acordonada.

Felizmente, la madre regresó en un par de minutos y entonces caí en cuenta que el "infante" no había dicho ni pío, antes, durante o tras la desaparición y reaparición de la "madre".

Volví a mi lectura no sin antes notar las características físicas de la mujer: evidentemente anglo-sajona, con una figura envidiable y un six-pack que dejaba ver gracias al sostén deportivo que llevaba como blusa, y a unos shorts rojos ultracortos. Cuando por fin pude verle el rostro calculé que debía tener casi cincuenta años, y la bitch que muchos llevamos dentro me hizo pensar que las grupis de Alice Cooper definitivamente tuvieron mejores días.

La juzgaba con el rigor del cliché. La desprecié por un descuido, por un acto que igual pudo haber sido irremediable, todos los días las madres tienen que dejar a sus hijos en lavanderías para sacar el resto de la ropa del coche....No, no me convences, conciencia..., pero de cualquier forma me sentí mal al entrar en contacto con esa parte perversa de mi humanidad.

Intenté concentrarme en la lectura, estaba a punto de llegar al final del ensayo de boquerones en su tinta, que resultó ser una metáfora de los escritores que escriben mucho y no dicen nada. No volví a pensar en la grupi de Alice Cooper ni en su infante, hasta que llegó el momento de sacar mi ropa de las secadoras. Entonces, aquello fue el escándalo...

No solo había ignorado el protocolo lavandero pasándose por el arco del triunfo mis marcas territoriales, sino que se había apoderado de lo ancho y de lo largo de aquella única mesa, y sobre la mesa, yacía con todo su cuerpo estirado por una incontenible modorra, el objeto de los cariñosos gü-gü-ga-gas de aquella mujer de cuerpo perfecto: un collie negro con pecho blanco, de unos doce meses.

Mi primer impulso fue protestar, pero mi temprana intención se descuajó con la posibilidad de que aquella mujer invocara la Primera o la Segunda Enmienda para justificar su descortesía, o cómo mínimo me acusaría de maltrato animal, por considerar que un perro debe ajustarse a los mismos estándares sanitarios que los humanos.

Cómo explicarle que desde mi perspectiva aquello equivalía a que en ese momento se me ocurriera bajarme los pantalones y sentar mi angelito de la retaguardia en la sección de la mesa donde ella doblaba su ropa limpia.

Entonces me vio. Yo le dedique mi sonrisa de ama de casa de suburbio gringo, pero la dureza de su rostro y la aspereza de aquella mirada, me hicieron sentir como la gorda en el agujero de El Silencio de los Inocentes. Estaba pérdida, esa mujer solo era capaz de sentir cariño y benevolencia por su perro, los humanos o por lo menos yo, le resultábamos despreciables.


Analicé todas las opciones, hasta las más severas que incluían que aquella ex grupi de Alice Cooper me metiera la primera enmienda a punta de puñetazos, lo que me pareció no solamente doloroso y violento, sino inconveniente desde el punto de vista económico: "seguro que me rompe la nariz y creo que mi HMO no cubre cirugías plásticas". "¿Y, si me rompe más de un diente? No, no, mi seguro dental cubre solo una corona al año, no puedo permitir que de ahora en adelante una póliza determine de qué lado puedo tomarme fotografías".

"Perdón, pero en ningún lugar de la Primera o la Segunda Enmienda se menciona que una persona puede utilizar los genitales de su mascota como medida precautoria".

"¿No habría forma de que le pusieras un calzoncito a tu perro antes de subirlo a la mesa donde otra gente que no vive en tu casa, va a poner su ropa limpia?"

Pensé mientras echaba mi ropa a mis canastos y bolsas individuales. Después me fui a casa, con el orgullo molido y quince kilos de ropa limpia sin doblar.

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