Es al momento de analizar y puntualizar soluciones para el progreso de la audiencia mayoritaria cuando debemos preocuparnos
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Un muy buen profesor una vez nos habló en clase sobre los fracasos tecnológicos más grandes de la historia y entre ellos, mencionó un breve detalle sobre Apple. Para la época de los ochentas, Apple, aunque apenas comenzando en el negocio, tenía una posición bastante provechosa. Las grandes ideas de Jobs estaban empezando a cambiar la forma en la que se pensaba la tecnología y los aparatos facilitadores. Una demanda por eficiencia ponía a los productores de aparatos electrónicos en una posición difícil, pero sin duda estimulante. Poco tiempo después y como producto de estas demandas, en la mente de Jobs, la tecnología dominante de 8 bits resultó ser obsoleta, lenta e ineficiente. En respuesta, Jobs decidió lanzar al mercado el primer procesador de 16 bits. Como toda idea de vanguardia, enfrentó un gran reto: todos los demás componentes electrónicos del computador disponibles en el mercado no tenían la capacidad de procesar a dicha velocidad; el diseño del circuito y plataforma no estaban capacitados para un rendimiento mayor al del preestablecido de 8 bits, lo que creó un cuantioso problema de compatibilidad. El mercado no estaba listo; el lanzamiento fue todo un fracaso.

Tras escuchar la historia ni siquiera me tomé la molestia de cuestionar el comentario, pues a mi juicio fue precisamente la mentalidad de vanguardia de Jobs la que logró que su compañía ostente hoy día su reputación. Tampoco me molesté en confirmar la veracidad de los datos, ni del aparato en específico al que el profesor se refería porque, más allá de circuitos y bits, pude ver algo en su historia... Pude notar la coincidencia y vigencia de ese mercado del que nos hablaron y su directa relación con el mercado actual. Así como el mercado no estaba listo para recibir las nuevas tecnologías, la cultura dominante no está lista para recibir el cambio.

Las grandes obras e ideas de los máximos exponentes en diversas disciplinas a través de la historia como Marx, Freud y Nietzsche, son todavía objeto de incomprensión sin fecha de caducidad pero con aparente transcendencia. Algunos pensarán que la transcendencia de esas ideas se logró precisamente gracias a su comprensión. En fin, algo que no se comprende no puede transcender. Sin embargo, se podría sugerir que quizás la incomprensión (o moldeabilidad) de las mismas ideas es la que da paso a su inmortalidad, con el fin de crear la posibilidad de que futuras generaciones logren descifrar -o incluso asignarles- (nuevos) significados.

En cuanto a los pensadores y críticos modernos, les espera el mismo destino. No se trata de que sus respectivos marcos teóricos estén permeados de errores (aunque en ocasiones se da el caso) sino que no existe una amplia audiencia para sus ideas dado que, la cultura dominante, o aquella demografía que fielmente expresa los hábitos de conducta más corrientes, carece de la habilidad de procesar las construcciones que edifican estos pensadores. En respuesta, los componentes de esta cultura dominante y dominada exhiben un comportamiento defensivo (y en ocasiones destructivo) al sentirse expuestos a nuevas ideas que no son capaces de concebir. La contracultura entonces, aunque extremadamente limitada, se convierte en su única audiencia.

Es al momento de analizar y puntualizar soluciones para el progreso de esa audiencia mayoritaria cuando debemos preocuparnos. Y, de cierto modo, lamentamos toda esa preocupación porque en el proceso usualmente se terminan originando más preguntas que respuestas; más disoluciones que soluciones; más desagrados que satisfacciones; más sugerencias abstractas que proyectos concretos. Llanamente, el esfuerzo de algunos por reconstruir ese país anhelado termina en la dilución de voces por causa de una pulsión desídica y autodestructiva. Los temas de real importancia social pasan a un segundo plano y el espectáculo, la farándula y el entretenimiento toman su lugar.

Al final del día sólo nos queda preguntar qué pasa con el resto, porqué no accionan a favor de los movimientos que tanto nos convendrían como sociedad, como colectivo con el más básico de los propósitos: la igualdad social y la distribución equitativa de los recursos. Como de costumbre, en el proceso articulamos varias respuestas a nuestra interrogativa pero quizás la más que prevalece en el contexto es aquella que articula que, de cierto modo, somos todos componentes de 16 bits en medio de una sociedad de 8 bits.

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