Desde la fundación de Estados Unidos como nación, las esposas de los políticos siempre fueron consideradas como “mujeres florero”, discretas compañeras encargadas de cocinar galletas, cuidar de los hijos, servir de anfitrionas sonrientes y salvaguardar la imagen y reputación de sus maridos mientras éstos forjaban su carrera política.
El molde de las esposas discretas y diligentes se rompió, sin embargo, con el resurgimiento y creciente proselitismo del voto femenino, un derecho conquistado desde 1920 en EU pero que en los últimos 90 años se ha convertido en uno de los más decisivos en las últimas elecciones presidenciales.
A ello contribuyó, además, la irrupción de Hillary Clinton como candidata presidencial en 2008, la mujer que ha llegado más lejos en la lucha por la oficina oval de la Casa Blanca.
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